La forma tradicional de evaluación
de los aprendizajes se relaciona con el papel de verificar los logros por parte
del aprendiz, básicamente en función de otorgar una calificación. En la mayoría
de los casos, se práctica como un mal necesario para dar cumplimiento a lo
establecido en la normativa legal, visto como una “rendición de cuentas”, que mide
la retención de información. La mayoría de los estudiantes ven a las
evaluaciones como los enemigos o moustros del alma mater, y es considerada como
una actividad académica amenazante, que separa los aprendizajes de la
evaluación. De esta manera se constituye un elemento de dominación docente para
la intimidación y opresión del estudiante, trayendo como consecuencia la sumisión
y sometimiento estudiantil.
Para
mí la evaluación, en líneas generales, va mucho más allá de emitir un juicio
valorativo y constituye un proceso continuo que se desarrolla a lo largo del
proceso educativo, tomando distancia de una acción terminada que corresponde a
los resultados obtenidos por los estudiantes. Sus alcances van desde indicar
los avances de los estudiantes con respecto a la adquisición del conocimiento
hasta las dificultades experimentadas y las actitudes
manifestadas durante el proceso de aprendizaje.
En correspondencia con lo antes mencionado, y en virtud de
que la formación que demandan los educandos actuales se relaciona con sus
propios ritmos y metodologías más afines, me resulta impensable que el modelo
evaluativo se mantenga como un coto cerrado demarcado exclusivamente por el
profesor, sin la participación de los estudiantes. Esta circunstancia refuerza
el carácter protagónico del docente y el rol de sujeto pasivo por parte del
aprendiz. Esto implica que,
necesariamente, la evaluación requiere estar adaptada a las dinámicas
educativas y, por lo tanto, a su vez, a las propuestas modernas de evaluación.
En tal sentido, resulta fundamental considerar la
cuarta generación de evaluación, básicamente de índole constructivista, que
emerge ante la crisis de las tres generaciones anteriores, y que se sustenta en
el proceso interactivo de negociación, donde participan los actores directos
involucrados en la estructuración e implementación del plan evaluativo.
Asimismo, la evaluación, a la luz de la cuarta
generación, se gesta y ejecuta como un proceso implícito en
la construcción del conocimiento sustentado en la motivación de aprender, en la
acción y la reflexión. La propuesta evaluativa, bajo este enfoque, se debe
configurar como una serie de oportunidades para que el estudiante medite,
cuestione, reelabore el conocimiento y lo manifieste de múltiples formas, en
virtud de que los actores del proceso edifiquen y convaliden los aprendizajes,
lo cual permitirá perfilar las competencias personales y profesionales de los
educandos, además de la conformación de un individuo integral.
Entonces, la evaluación debe ser una experiencia compartida
entre los estudiantes y docentes. Es importante establecer los mecanismos y
tiempos de evaluación de forma consensuada. Asimismo, se debe gestar de forma
continua y participativa. De todo ello, se deduce que lo ideal es lo que
resulta de combinar la heteroevaluación, autoevaluación y coevaluación. Estos representan
momentos de reflexión de los aprendizajes de forma individual, en el caso de la
autoevaluación, y con otros (pares y docente) en los restantes mencionados.
Por otro lado, cabe destacar que en el desempeño de los educandos
inciden distintos factores, tales como: la motivación, las condiciones y los
medios disponibles, los tiempos con los que se cuenta y los contextos donde se
interactúa. Estos factores requieren ser considerados en el proceso evaluativo,
dado que estaríamos desligando de la realidad las acciones de los educandos.
En
consecuencia, la evaluación conforma una vía para reflexionar sobre las
experiencias vividas, inferir conclusiones, analizar y perfeccionar la
metodología empleada para la autogestión de su aprendizaje, además de la
reafirmación de los conocimientos adquiridos.
De todo lo antes señalado, y de acuerdo a lo
que esbozan los modelos que dan fundamento a la cuarta generación de la
evaluación (evaluación iluminativa, respondiente, democrática y negociada), se
observa el mejor soporte que, por naturaleza, debería tener la evaluación.
Para finalizar, con respecto a que si los socios de
aprendizaje son parte de una corriente teórica o ecléctica en el proceso
evaluativo cabe acotar que si ambos participantes son sujetos pensantes en este
proceso, seres reflexivos, críticos, creativos, sociales, expresivos, emotivos,
participativos, únicos, que comparten y además tienen la capacidad de construir
sus propios significados, entonces se constituyen en actores cognoscitivos polifacéticos
que pueden dar vida a corrientes teóricas pero de forma ecléctica.
Referencia Bibliográfica:
Salazar, I (2010) El desafio de la evaluación de los aprendizajes desde su complejidad. Fundación Editorial el perro y la rana. Caracas.
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