Es
evidente que el saber y el conocimiento son, hoy en día, una exigencia social
para el desarrollo y el bienestar de las sociedades, de allí la importancia de
la educación permanente. Entonces, es imperante siempre revisar y
replantear las acciones gestadas en el ámbito formativo como docentes, para estar
acordes con las demandas sociales de los tiempos actuales.
Podemos afirmar que, normalmente, los docentes basan
su proceso de enseñanza-aprendizaje en las clases magistrales, bajo un enfoque
academicista centrado en los contenidos, observándose un catedrático discursivo
y un alumno pasivo, receptor de información. En este caso, hay un proceso de
enseñanza-aprendizaje ritualizado desde hace siglos: una clase expositiva donde
se maneja un convenio tácito. Se acostumbra a que el profesor por ser el “experto”
en la materia, sea la voz sociocultural dominante, mientras que el estudiante
le corresponde ser un sujeto sumiso, a expensas de lo que conozca o lo que le
quiera informar el académico, domesticándolo a ser un individuo que simplemente
acepte lo que le diga la autoridad escolástica. Entonces, queda acondicionado a
que actúe en su proceso de aprendizaje bajo la ley del menor esfuerzo y sin
consciencia de su responsabilidad en la adquisición de sus propios conocimientos,
siendo a fin de cuentas un reflejo de su profesor y no de si mismo.
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Pero, este
formato “educativo”, que subsiste dado lo cómodo que resulta para los actores
involucrados, empieza a caducar, dado que el ser humano en la actualidad se
encuentra frente realidades complejas. El siglo XXI se caracteriza por
experimentar cambios trascendentales y acelerados en todos los ámbitos del
quehacer humano. Inevitablemente los avances científico-tecnológicos, en
especial los referidos a la telemática, han propulsado nuevas ofertas y
demandas socioeconómicas. Tenemos ahora servicios que se gestionan en
plataformas electrónicas, tales como gobierno, banca, comercio, educación y
recreación.
Las telecomunicaciones han
revolucionado, sin querer o queriendo, la dinámica de nuestro entorno, abalanzándonos
inexorablemente a un nuevo orden de hacer las cosas. Y la formación no escapa a
esta vorágine. Ahora con Internet y la Sociedad del Conocimiento tenemos fácil acceso
a diversidad de información, en diversos formatos y presentada de forma
atractiva. En la vitrina de Internet podemos conseguir cualquier cantidad de
material informativo y didáctico. Esto permite independencia en la adquisición
de conocimientos por parte del ciudadano común, lo cual ha impulsado de forma
nunca antes vista la formación informal.
Ante
esta realidad, la sociedad demanda un docente que implemente un modelo
formativo acorde a estos nuevos tiempos, contextualizado a la época del
conocimiento líquido. Requiere de un profesorado que geste un estudiante que vaya
más allá de reproducir o adquirir saberes. Más bien, necesita de educadores que
potencien en sus discípulos el pensamiento crítico, la capacidad para
reflexionar y confrontar ideas, en función de configurar dicentes con habilidades para construir, crear y aplicar nuevos
conocimientos. Todo
ello con el fin de empoderar al capital humano para que pueda responder más
adecuadamente a los requisitos del mundo actual, del ejercicio activo de la
ciudadanía y del desarrollo cultural de la comunidad.
La cognición se debe poner al servicio de desarrollar
el intelecto con vocación comunitaria y, que dentro de los principios éticos y
morales, responda no solo a los intereses personalistas, sino también a los del
colectivo al cual pertenece. Es decir, se precisa la formación de individuos
con liderazgo inspirador: honestos, responsables, respetuosos, empáticos, solidarios,
proactivos, creativos, innovadores, ecológicos, que estimulen y valoren la
participación de todos en la búsqueda de las soluciones para los problemas que
aquejan el entorno. De igual manera, que tenga la capacidad de ser productivo y
comprometido en el ejercicio de sus funciones y, que con su aporte como ciudadano a
la sociedad, inspire a otros los mismos comportamientos.
Entonces,
para lograr un estudiante con las características antes mencionadas, se
requiere de un docente que se reencuadre en la ejecución del coaching, que estimule el aprendizaje a través de la formulación de
preguntas activadoras y de procesos dialógicos que inciten a la reflexión,
vislumbrando las situaciones contextualizadas en sus entornos desde diferentes
perspectivas. En el coaching el estudiante decide sus propios caminos, así
mismo el dinamizador se abstiene de opinar o emitir respuestas, pretendiendo
que las mismas emerjan orgánicamente de la comunidad de aprendizaje, desde el
saber colectivo y descubrimiento personal de las respuestas, las cuales se válidan a partir de la interacción con los participantes y sus distintas miradas
multidisciplinarias.
Por
lo tanto, el coaching comprende un estilo de enseñanza-aprendizaje que otorga
las herramientas necesarias para potenciar las capacidades de los estudiantes,
en especial la resolución de problemas, automotivación, autoaprendizaje, habilidades
comunicacionales, investigativas y de trabajo en equipo. En tal sentido,
tenemos entonces que un coach es un facilitador, distinto al tutor que orienta
el camino a seguir.
En
tal sentido, y con la finalidad de que el coach sea realmente efectivo, éste se
encarga de la dinamización de los procesos de aprendizaje y de un seguimiento
apuntando más a un feedfoward que a un feedback, que se orienta más al sondeo
de vías para la consecución de saberes que a la idoneidad de los resultados, donde
el coach participa como el catalizador del diseño instruccional y el
articulador del contenido temático (el conocimiento), con los recursos
didácticos (la enseñanza), y la tecnología (el medio de interacción), orientado
al usuario a que pase a ser el centro del proceso de aprendizaje, motor de su
propia experiencia.
Dentro de esta
panorámica de acción, algunos dicen que el coaching resulta una metodología,
otros afirman que es una filosofía, y otros argumentan que es un arte. El coaching se concibe como
metodología dado que se integran diferentes estrategias, donde el aprendizaje
se genera de manera individual y en equipo, desde la propia reflexión de lo
hecho, sentido y conversado, a
través de la convergencia presencial o tecnológica, respetando el estilo cognitivo
y ritmo personal de los participantes, empleando principalmente el método de la
mayéutica, o pregunta dirigida, y de la escucha activa. Por otro lado, se
enfoca desde el ámbito filosófico dado que permite ensanchar la personalidad de
los aprendices, al permitir adquirir nuevos panoramas o enfoques, pensamiento
independiente y estabilidad emocional, nuevas maneras de pensar y de accionar, lo
que constituye la misión fundamental de la filosofía. Y para finalizar, se
constituye como un arte, dado el planteamiento de preguntas activadoras
precisas y originales, lo que demarca las vías por las cuales los estudiantes activarán
su
propia ruta para que se produzca el insight o la chispa del saber.
Imágen de:
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